martes, 29 de noviembre de 2011

Es mejor decir adiós e intentar mañana


Cuando mi ex me advirtió por primera vez que me iba a dejar yo pensé que era una joda. “Si no cambias me voy a ir” fueron las palabras exactas que usó. A mí me sonaron igual que “el lunes empiezo la dieta y me anoto en el gimnasio” o “este es el último pucho que me fumo”Me parecía una de esas amenazas que hacemos sonar fáciles de cumplir pero que nos da mucha fiaca llevar a cabo. En especial porque no es simple dejar el vicio de la comida o el cigarrillo. Mucho menos el de necesitar a otro.
Somos drogadictos. Somos los que llamamos desesperados a la madrugada porque necesitamos más aunque durante el día ya hayamos tenido nuestra dosis. En esas situaciones tan espantosas de dependencia no te alcanza con ver a tu pareja sino que además necesitas que te describa por teléfono lo que está haciendo aunque lo que esté haciendo sea ir al baño. Sos la Amy Winehouse del amor.

El problema es cuando se nos va de las manos la adicción. Cuando no sabemos distinguir cuanto es demasiado. Cuando estas teniendo mucho de todo. Cuando perdimos el control y borramos la delgada línea que separa al “vos y yo” del “vosiyo”. Es espantoso depender de algo. Lo digo con conocimiento de causa. No hay nada más fuerte que sentir lastima de vos mismo. Verte y ser una caricatura de lo que intentaste ser alguna vez no es nada lindo.
El problema en el caso de las personas no es tanto la dependencia sino depender de la decisión de la otra persona para poder cortarla. ¿Cómo algo que disfrutaba tanto podía convertirse en la parte que más detesto de mí? ¿En qué momento pasamos de no poder cortar el teléfono a que se vuelva una carga el levantarlo para saber cómo está la otra persona? Y ni siquiera por interés, sino para no darle una razón más por qué pelear. ¿Qué es lo que nos impide renunciar a eso que ya sabemos nos hace mal? ¿Es la comodidad? ¿El miedo por no recordar cómo era la vida antes de esa adicción? Los vicios comienzan siendo la necesidad de consumir constantemente algo que nos gusta demasiado para terminar siendo un castigo del que no nos podemos liberar.
Hoy entiendo que nuestra relación era un vicio espantoso del cual ambos queríamos escapar pero no sabíamos cómo. Y en un punto estoy muy agradecido de que haya tomado por mí la decisión de mandarme a rehabilitación aquella noche en que cumplió su amenaza que parecía tan inofensiva y lejana en un principio. Aunque estaría mintiendo si no les dijera que de vez en cuando a la madrugada sigo esperando ansioso que tenga una recaída.

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