Probablemente la definición más internacional de aburrimiento es: “no tener nada que hacer” y de seguro todos en algún momento hemos sido víctimas del mismo. Pero… ¿el aburrimiento es simplemente una situación monótona ante la cual reaccionamos o existe un mecanismo mucho más profundo en nuestro cerebro que nos compulsa al aburrimiento?
Realmente el aburrimiento es un tópico bastante reciente en la investigación psicológica. Los primeros estudios estuvieron encaminados a analizar los efectos de las tareas tediosas en el desempeño de los trabajadores en las fábricas. Así, ya en el 1926 se publicaba el primer artículo en la British Medical Journal donde se afirmaba que el aburrimiento está relacionado con la fatiga mental y es una consecuencia de la repetición y la falta de interés en las actividades de carácter repetitivo. No obstante, a pesar de que esta primera aproximación al aburrimiento aún era muy ingenua, este psicólogo notó que existían diferencias personales, ya que habían trabajadores que no “eran susceptibles al aburrimiento”.
Más tarde, en la década del ’30; el aburrimiento comenzó a estudiarse a nivel de laboratorio, llegándose a la conclusión de que el mismo era un estado parecido al de la somnolencia; sugiriéndose que el mismo era una mezcla de una activación baja y una falta de motivación. Posteriormente, en la década del ’50 aparece una comprensión psicoanalista del aburrimiento donde se afirmaba que el mismo era el resultado de una represión que hace que la persona se quede sin deseos, objetivos y con una falta de voluntad aparente.
Sin embargo, no es hasta la década de los ’80, de la mano de Norman D. Sundberg, que comienza a desarrollarse en la Psicología una visión verdaderamente comprensiva y global del fenómeno del aburrimiento. Entonces se descubrió que habían personas que mostraban una tendencia al aburrimiento y éstas también presentaban una mayor probabilidad de desarrollar ansiedad, depresión, ira, conductas agresivas y adictivas y a desempeñarse peor en las situaciones de interacción social.
Hoy por hoy se sabe que las personas extrovertidas tienen una mayor propensión al aburrimiento ya que éstas están a la búsqueda continua de nuevos estímulos que provengan del medio. Al contrario, las personas creativas, que poseen intereses diversos, tienden a aburrirse menos porque siempre se motivan a sí mismas a hallar un nuevo estímulo.
Un estudio interesante sobre el aburrimiento desarrollado por Mary B. Harris en el año 2000 demostró que las personas que se concentran más en sus estados emocionales también suelen aburrirse más. Según esta investigadora, esto sucede porque cuando estamos demasiado pendientes de cómo nos sentimos, nuestra atención se desvirtúa de las tareas y éstas se nos hacen más monótonas y faltas de interés.
No obstante, más allá de las diferencias individuales y de la propensión mayor o menor que algunos podamos tener al aburrimiento, existen otros especialistas que afirman que la culpa realmente es del cerebro. Es decir, nuestro cerebro está programado para activarse ante los estímulos que nos resultan novedosos pero con el paso del tiempo, si nos mantenemos en la misma tarea, el cerebro se habitúa a la misma y disminuye la intensidad de la activación hasta que llega un momento en que nos resulta difícil concentrarnos y ¡nos aburrimos!
Realmente, el aburrimiento no es un fenómeno que pueda explicarse a partir de un solo factor aunque sin lugar a dudas las personas con pocos intereses, faltas de creatividad, introvertidas y que les resulte difícil concentrarse, serán víctimas más fáciles del aburrimiento, el resto es un proceso meramente neural.
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