Seguro que te olvidaste… hoy es nuestro aniversario. Quise hacer de cuenta que era un día más pero algo estaba esperando. No sé. No. No estoy llorando. Me alegro que hayas venido a visitarme. Tengo una idea. Hoy no vayamos al trabajo. Faltemos. Si. Si. Hoy es una ocasión especial. Si, ya sé que tenés responsabilidades. Yo también. Pero viste cómo es. Uno nunca sabe. Tal vez el año que viene estamos muy ocupados para esto. Digamos que estamos enfermos. Quedémonos en cuarentena. Sí. Ya sé. Soy una tonta. No tendría que dedicarte ni un segundo pero ya avisé en el bar. Hoy es una fecha especial. ¿Qué? ¿Querés que te cante? Si me decías que cantaba re mal. A mí siempre me gustó cantar pero a veces no cantaba para no molestarte. Y ahora querés que te cante. Hombres. Quién los entiende. No. No. No me pidas perdón. Ya no estoy enojada. Ya te perdoné. No hace falta, te dije. Yo fui muy feliz con vos. Muy feliz. Demasiado. Sobre todo en la época que me mirabas con cara de boludo. Adoraba tu cara de boludo. Tenías la más linda cara de boludo del universo. Si, a mí se me achinaban los ojos cuando te miraba. Ya sé. No. Ja ja ja ja ja. Ahora besame. Umm. Besame otra vez. Es raro. Ya no siento lo mismo. Bueno, tampoco te lo tomes así. No. Por favor. No me empieces a contar otra vez esa anécdota de cuando eras chico. De cómo asustabas a las gallinas de tu abuela. La tenía que escuchar una vez por semana. Dame un descanso. Pero hoy voy a tener que escuchar tus chistes malos sin quejarme. No, no quiero que me lleves a cenar. Quedémonos así. Aja. Si, te dije eso pero te mentí. No fuiste lo peor que me pasó en la vida. Si. Ya sé. Yo también estuve mal. Es más, aunque no me creas, no te quiero ver solo mucho tiempo más. Me da cosa que estés solo. A veces te imagino solo y triste escuchando ese cd con el que te torturabas, con la heladera vacía, como yo, y me dan unas ganas de llorar. Si algo teníamos en común era en la manera en que odiábamos ir al supermercado. Las familias yendo y viniendo. El frío del aire acondicionado. Vos te ponías de muy mal humor. “Quedate acá”, me decías. “No te muevas”. Era como si tuvieras miedo de perderme entre las familias. Quién lo hubiera dicho. Y abro mi heladera y la veo vacía y me dan ganas de llorar. Y no por mí, eh. Por vos. A mí me gustaba verte reír. A veces me acuerdo de tu cara mirándome, así, como con odio. Yo sólo quería verte reír. No sé bien en qué momento nos dejó de salir lo que al principio nos salía tan fácil. Quién lo hubiera dicho. Si, de verdad. En serio. Ya no estoy enojada. Para nada. Es más, te doy la razón en muchas cosas. Umm. ¿Qué me estás proponiendo? No. Ni loca. Ahora ya es tarde. Era cierto todo eso de que tenía mucho por vivir, que no estaba preparada. Pero yo te quería mucho. Te quise mucho. Ahora no. Te dije que no. Hace unos meses que no me quedaba hablando con vos hasta la madrugada. Te acordás de ese día en ese bar horrible. El del papel tapiz espantoso. Yo estaba tan triste y vos te mostrabas tan feliz. Me contabas de tu viaje, de tus cosas y todo lo que pensabas hacer mientras yo te miraba al borde de un ataque de llanto. “Parezco tan feliz que me odiás, ¿no?”, preguntaste. Y te dije que sí. Yo estaba hecha un desastre. Hasta lloraba en público, entendés. Qué vergüenza. Cómo querías que me alegrara de verte feliz. Y ahí te ablandaste un poco: “Yo también te extraño. Hay noches que me abrazo a la almohada y pienso en vos”. Cuando dijiste eso me puse peor. Era muy doloroso imaginarte solo, triste, con la heladera vacía y hablándole a la almohada. Te dije: “Vamos al cine. Es domingo. No quiero estar un domingo así” y me llevaste al cine. Te costaba decirme que no. Me estabas dejando y me llevaste al cine. Eso fue genial. Así se termina una relación. Nada de portazos. Nada de gritos. Pantalla grande, luces y final. Finalmente lloré en una parte en que no pasaba nada. Vos lloraste en la parte que había que llorar. Me gustaba eso. Que a veces llorabas en el cine. Te lo confieso. Te quedaba lindo. Después salimos de la sala y yo fui al baño. Había una viejitas que me miraban. Me miré en el espejo un rato. Era tan obvio. Lo veía tan claro. Ya no era la misma. No hacía falta de que me cortara el pelo, me hiciera una tintura o estrenara unos lentes de contacto. Nunca iba a volver a ser la misma. Los espejos enseguida se dan cuenta de esas cosas. Pero no. Ya no estoy enojada ni triste. Sólo un poco melancólica. Cuando salí del baño me esperabas en las escaleras y salimos de ahí de la mano. Fue la última vez que caminamos de la mano. Pero no hablemos de cosas tristes. Hoy estamos celebrando el noaniversario. Me siento tonta hablándole a la almohada pero no es la primera vez que me hacés quedar como una tonta.
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